lunes, 31 de mayo de 2010
domingo, 23 de mayo de 2010
Morir en el cine
Cuando era pequeña, pensaba que la gente que moría en las películas, moría de verdad. Estaba convencida de que a excepción de las muertes naturales, que podían ser fácilmente fingidas; los tiroteos, apuñalamientos y otras agresiones físicas, eran reales.
Dentro de esa teoría, distinguía dos razones por las cuales alguien se ofrecería voluntario para morir:
Cuando los que morían formaban parte del reparto principal, suponía que se trataba de gente totalmente entregada a su carrera a la que no le importaba morir por amor al arte; actores tan entregados a su pasión que le ofrecían su vida al director y a su público en una última película; como gladiadores en un circo romano.
Cuando las bajas eran de actores secundarios, llegué a la conclusión de que se trataba de mendigos y enfermos terminales; personas que no esperaban nada más de la vida y preferían permanecer inmortales en un minuto de gloria que perecer en su desesperanzada vida. O eso, o que eran gilipollas.
Dentro de esa teoría, distinguía dos razones por las cuales alguien se ofrecería voluntario para morir:
Cuando los que morían formaban parte del reparto principal, suponía que se trataba de gente totalmente entregada a su carrera a la que no le importaba morir por amor al arte; actores tan entregados a su pasión que le ofrecían su vida al director y a su público en una última película; como gladiadores en un circo romano.
Cuando las bajas eran de actores secundarios, llegué a la conclusión de que se trataba de mendigos y enfermos terminales; personas que no esperaban nada más de la vida y preferían permanecer inmortales en un minuto de gloria que perecer en su desesperanzada vida. O eso, o que eran gilipollas.
viernes, 21 de mayo de 2010
Frases Absurdas (117)
“Soy canguro de un niño suizo desde que su madre se suicidó.”
Una compañera de dixit.
miércoles, 19 de mayo de 2010
lunes, 17 de mayo de 2010
El caso de la Babushka enjaulada
Hace unos días fui con mi compañera de piso a La Boca. Una calle antes de llegar al mercado de San Telmo, de camino hacia la parada de autobús, una mujer me paró y me preguntó:
Me giré, con la ceja bien arriba, y vi que estaba intentando comunicarse con una anciana de Europa del este, vestida con una bata y un pañuelo en la cabeza, asomada entre los barrotes de la puerta de la calle; como si estuviera presa.
El cuadro era un cromo, una comedia dramática: La versión Babushka de La abuela de la fabada encerrada, intentando decirnos vete tú a saber qué, mientras una señora con un carrito de la compra nos repetía “Háblale en ruso o en ucraniano, que yo no sé”. Como si la anciana fuera a entender cualquiera de los dos idiomas; como si fueran lenguas obligatorias que se enseñan en la escuela primaria.
Yo intentaba gesticularle a la Babushka si tenía las llaves dentro o si estaba su hija en casa, mientras me reía al darme cuenta de que los gestos que le estaba haciendo eran totalmente gratuitos; a su vez, la maruja fabulaba si estaría o no secuestrada “Es que tal y como está el mundo, nunca se sabe”. Mi compañera se reía, sin más.
El caso es que tampoco entendíamos qué hacía una anciana ruscraniana que no hablaba ni entendía ningún otro idioma, en Argentina.
Ante el absurdo de la situación, que había derivado en chiste de mal gusto, decidimos despedirnos de la abuela enjaulada disculpándonos como quien se lamenta por no saber indicarle una dirección a un turista extranjero: Haciendo una mueca con la boca, levantando una ceja y haciendo el Moisés con las manos.
He intentado reproducir la situación (la escena del crimen es la real):
Propongo que hagáis como en los tiempos de vacas gordas, y expongáis vuestras teorías para resolver el caso.
Aporto algunos datos adicionales:
“Perdona ¿hablas ruso o ucraniano?”
Me giré, con la ceja bien arriba, y vi que estaba intentando comunicarse con una anciana de Europa del este, vestida con una bata y un pañuelo en la cabeza, asomada entre los barrotes de la puerta de la calle; como si estuviera presa.
El cuadro era un cromo, una comedia dramática: La versión Babushka de La abuela de la fabada encerrada, intentando decirnos vete tú a saber qué, mientras una señora con un carrito de la compra nos repetía “Háblale en ruso o en ucraniano, que yo no sé”. Como si la anciana fuera a entender cualquiera de los dos idiomas; como si fueran lenguas obligatorias que se enseñan en la escuela primaria.
Yo intentaba gesticularle a la Babushka si tenía las llaves dentro o si estaba su hija en casa, mientras me reía al darme cuenta de que los gestos que le estaba haciendo eran totalmente gratuitos; a su vez, la maruja fabulaba si estaría o no secuestrada “Es que tal y como está el mundo, nunca se sabe”. Mi compañera se reía, sin más.
El caso es que tampoco entendíamos qué hacía una anciana ruscraniana que no hablaba ni entendía ningún otro idioma, en Argentina.
Ante el absurdo de la situación, que había derivado en chiste de mal gusto, decidimos despedirnos de la abuela enjaulada disculpándonos como quien se lamenta por no saber indicarle una dirección a un turista extranjero: Haciendo una mueca con la boca, levantando una ceja y haciendo el Moisés con las manos.
He intentado reproducir la situación (la escena del crimen es la real):
Propongo que hagáis como en los tiempos de vacas gordas, y expongáis vuestras teorías para resolver el caso.
Aporto algunos datos adicionales:
- Hay una iglesia ortodoxa Rusa a pocas calles de donde estaba la mujer encerrada.
- Hace un mes me compré en el mismo barrio un vestido con un estampado de Matrioshkas.
- Hoy he visto una parada donde vendían muñequitas rusas, también en San Telmo.
viernes, 14 de mayo de 2010
jueves, 13 de mayo de 2010
¡Ostras, no es normal!
Llevo un mes y medio intentando ignorarlo, fingiendo que es algo normal. Estoy segura de que mis compañeros de piso también han reparado en ello, pero -como yo- han preferido no cuestionárselo. Es un tabú en esta casa. Por lo menos lo era, hasta hoy.
He decidido romper el silencio, exteriorizar lo que todos pensamos. Porque, bueno, una cosa es que yo tenga un extintor y un calentador de agua en mi habitación, que a su vez es un agujero en la pared de la cocina al que se accede con una escalera de mano; que tengamos una cortina que esconde un Cristo en vez de una ventana, un bidón de agua bendita y una caja fuerte emparedada; pero, ¿tener ostras en el baño? Eso no es normal.

Normas de convivencia. Indispensables para el buenrollismo del hogar.

Ya no usamos aquel papel higiénico para anal-fabetos.

Tal vez sean útiles si algún día nos quedamos sin papel.
He decidido romper el silencio, exteriorizar lo que todos pensamos. Porque, bueno, una cosa es que yo tenga un extintor y un calentador de agua en mi habitación, que a su vez es un agujero en la pared de la cocina al que se accede con una escalera de mano; que tengamos una cortina que esconde un Cristo en vez de una ventana, un bidón de agua bendita y una caja fuerte emparedada; pero, ¿tener ostras en el baño? Eso no es normal.
Normas de convivencia. Indispensables para el buenrollismo del hogar.
Ya no usamos aquel papel higiénico para anal-fabetos.
Tal vez sean útiles si algún día nos quedamos sin papel.
miércoles, 12 de mayo de 2010
lunes, 10 de mayo de 2010
viernes, 7 de mayo de 2010
Los Guido de las colas
Cuando haces cola en un banco, en un parque de atracciones, un cine, un concierto; se supone que la misma no debería avanzar hasta que la persona que la encabeza haya accedido al ansiado lugar. Sin embargo, cada cierto tiempo, cuando hace mucho rato que la cola no avanza, sucede algo maravilloso. Un gesto generoso y desinteresado: alguien da un paso adelante, decide acercarse un poco más a la persona que le precede, de modo que toda la gente que le sigue avanza a su vez, generando una sensación colectiva de falso avance. Un chute de optimismo que da esperanza al grupo, una mentira piadosa. Un “Bueno, ya falta menos”. Un La vida es bella.
jueves, 6 de mayo de 2010
lunes, 3 de mayo de 2010
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